Riceviamo e con grande piacere e gratitudine pubblichiamo:
Intentad convencer pero aceptad ser golpeados
José Luis Restán
El agnosticismo imperante dista mucho de ser un jardín de tolerancias. Lo ha dicho Benedicto XVI en su espléndida homilía sobre los Magos de Oriente, a los que ha vuelto a colocar como espejo en el que mirar el perfil del obispo, consciente quizás de que su gran tarea de revitalizar la Iglesia pasa a través de una renovación del episcopado. Como dice el Papa el agnosticismo actual tiene sus dogmas y es extremadamente intolerante frente a todo aquello que cuestiona sus criterios. Por eso, el valor de contradecir las opiniones dominantes es una condición especialmente acuciante hoy para el ministerio episcopal.
Basta ojear las páginas de cualquier periódico al azar para darse cuenta. El propio Benedicto XVI ha sufrido insultos brutales estos días por su denuncia de las falacias de la ideología de género, y no sólo desde las redes sociales sino desde dignas instituciones democráticas como el Ministerio de Exteriores holandés. Y aquí en España, todo un portavoz de un gobierno autonómico, el de Andalucía, acaba de pedir un bozal para el obispo de Córdoba. Quizás este personaje haya estudiado democracia en la Lubianka, pero en realidad el asunto no es nuevo. El Papa recrea con gran viveza lo que debió significar para los Magos afrontar las burlas y la irrisión de los "realistas" de su tiempo cuando decidieron ponerse en marcha siguiendo el signo de la estrella. También la humildad de la fe se encontrará siempre en conflicto con la inteligencia dominante de los que se atienen a lo que en apariencia es seguro.
Así pues el obispo habrá de ser valeroso, pero ¿en qué consiste ese valor? El Papa aclara que "no consiste en golpear con violencia, en la agresividad, sino al revés, en dejarse golpear y enfrentarse a los criterios de las opiniones dominantes... en permanecer firmes con la verdad". Evidentemente no se trata aquí de un gusto morboso de bronca, ni de acariciar el papel de víctima. El Papa explica que "como los Apóstoles, queremos convencer a las personas y, en este sentido, alcanzar la aprobación. Lógicamente no provocamos, sino todo lo contrario, invitamos a todos a entrar en el gozo de la verdad que muestra el camino". Me parece que Benedicto XVI es la viva imagen de este esfuerzo que busca persuadir la razón y el corazón del hombre contemporáneo. No se trata de lanzar la verdad como si fuera una piedra que se estrelle en la crisma del otro, sino de convencer e invitar. El testimonio cristiano no pretende exacerbar la contradicción sino obtener el reconocimiento de lo verdadero. Porque ¿qué otra cosa podemos desear sino que los hombres escuchen este anuncio y lo sigan?
Pero en cualquier caso la opinión dominante nunca será el criterio al que se deba someter el cristiano, cuánto menos el obispo, que debe caminar delante, abriendo paso y señalando la ruta hacia la fe, la esperanza y el amor. El criterio sólo puede ser el Señor, que como tantas veces ha enseñado Benedicto XVI, desborda las costuras de nuestra razón pero jamás se contrapone a ella. Y siempre sucede, desde la predicación de Jesús a nuestros días, que el anuncio del Evangelio atrae a muchas personas al hogar de la Iglesia, mientras inquieta e interroga a otras... Pero también sucedía y sucederá que el testigo (y el obispo debe ser el primero en este testimonio) es inevitablemente golpeado por quienes combaten la Verdad. En tal caso (nunca deseado ni buscado) sólo nos queda dar gracias por haber podido participar en la Pasión de Cristo.
El obispo (el primer testigo) no ofrece un discurso separado de su propia vida sino que debe mostrar con su propia existencia la verdad de aquello que anuncia, y eso implica exponerse, estar dispuesto a pagar el precio. Llegados a este punto podríamos preguntar: y todo esto ¿por qué? Es preciso retornar a la primera parte de la homilía del Papa, cuando explica que como los Magos de Oriente, un obispo tampoco ha de ser uno que se contenta con realizar su trabajo con pulcritud y eficiencia, y basta. Debe ser un hombre poseído de la misma inquietud de Dios por los hombres, ¡nada menos! Debe de ser un hombre al que le importan los hombres, que se siente tocado por las vicisitudes de los hombres. Y que sabe que de su propia cosecha brota muy poco que les pueda realmente ayudar. Sólo en la medida en que pueda reflejar a Dios, en que les abra el camino para llegar a Él, habrá servido verdaderamente a esos por cuya felicidad se consume. Por menos de esto...
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